sábado, 16 de julio de 2022

 

IN-FIDELIDAD

Casi siempre yo viajaba en el maletero. Pero en algunas ocasiones, sólo cuando Laura iba en el coche, me dejaban sentarme en la parte de atrás apoyada mi cabeza en las piernas de la niña. En uno de aquellos viajes oí un retazo de la conversación de Pedro con un amigo:
—Llevas muchos años con este coche. ¿No te cansas?
—En absoluto. Es el tercero que tengo de la misma marca y del mismo modelo. Les hago cientos de kilómetros y vuelvo a comprar otra vez el mismo. No imagino salir de caza con otro coche. He sido siempre fiel a esta marca.
Pasaba el tiempo, había cumplido doce años y a veces notaba que mi olfato ya no era tan fino, que mis carreras entre los arbustos se hacían más lentas y que las almohadillas de mis patas volvían sangrando. Mis movimientos eran cada vez más torpes y eso me producía abatimiento que procuraba paliar recostada en el regazo de Laura. Pero aquella tarde que volvíamos de la casa de la abuela, sintiéndome como siempre acariciada por la niña y con un ojo abierto, oí una conversación que hubiera preferido no oír. Pedro, y Esther no repararon en mi presencia, o no pensaron que podría oírlos:
— ¿Te has dado cuenta de que Moly está envejeciendo?
—Ya lo he notado desde hace tiempo. Le van faltando los reflejos. Es una lástima, ya me había acostumbrado a ella. Tendré que ir buscando otra perra para los conejos.
—Supongo que buscarás otra de la misma raza.
—No. Esta vez voy a probar con un podenco.
Noté un beso y sentí la humedad de dos lágrimas en mi cabeza.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario