sábado, 16 de julio de 2022

 

McFly

 Sabía que iba a morir esa mañana. Con las entrañas descosidas por el dolor y caminando hacia atrás para no perderlo de vista, cerró la puerta y bajó las escaleras. Arrastró los pies hasta su trabajo y, hundida, masticó su amargura durante el camino. Le rompía el corazón la idea de que iba a pasar sólo los últimos momentos  y pensó pedir unas horas libres. Lo dudó mucho pero sus compañeras le sugirieron solicitar el tiempo asignado a la muerte de un familiar. No todo el mundo lo entendería. Se marchó, entró de nuevo en su casa, lo abrazó con ternura y él, casi sonriendo, la reconoció. Cerró los ojos pero antes le dijo adiós con un leve movimiento de los párpados. Se quedó vacía ante ese pequeño cadáver sintiendo el desconsuelo arañando sus vísceras y la oscuridad adueñándose del espacio. Así, inmóvil, permaneció durante toda la tarde. Sólo un corazón noble, habitado por una gran sensibilidad, puede sufrir tanto por la muerte de un compañero de muchos años, de su gato.

 

 

IN-FIDELIDAD

Casi siempre yo viajaba en el maletero. Pero en algunas ocasiones, sólo cuando Laura iba en el coche, me dejaban sentarme en la parte de atrás apoyada mi cabeza en las piernas de la niña. En uno de aquellos viajes oí un retazo de la conversación de Pedro con un amigo:
—Llevas muchos años con este coche. ¿No te cansas?
—En absoluto. Es el tercero que tengo de la misma marca y del mismo modelo. Les hago cientos de kilómetros y vuelvo a comprar otra vez el mismo. No imagino salir de caza con otro coche. He sido siempre fiel a esta marca.
Pasaba el tiempo, había cumplido doce años y a veces notaba que mi olfato ya no era tan fino, que mis carreras entre los arbustos se hacían más lentas y que las almohadillas de mis patas volvían sangrando. Mis movimientos eran cada vez más torpes y eso me producía abatimiento que procuraba paliar recostada en el regazo de Laura. Pero aquella tarde que volvíamos de la casa de la abuela, sintiéndome como siempre acariciada por la niña y con un ojo abierto, oí una conversación que hubiera preferido no oír. Pedro, y Esther no repararon en mi presencia, o no pensaron que podría oírlos:
— ¿Te has dado cuenta de que Moly está envejeciendo?
—Ya lo he notado desde hace tiempo. Le van faltando los reflejos. Es una lástima, ya me había acostumbrado a ella. Tendré que ir buscando otra perra para los conejos.
—Supongo que buscarás otra de la misma raza.
—No. Esta vez voy a probar con un podenco.
Noté un beso y sentí la humedad de dos lágrimas en mi cabeza.