McFly
Sabía que iba a morir esa mañana. Con las entrañas descosidas por el dolor y caminando hacia atrás para no perderlo de vista, cerró la puerta y bajó las escaleras. Arrastró los pies hasta su trabajo y, hundida, masticó su amargura durante el camino. Le rompía el corazón la idea de que iba a pasar sólo los últimos momentos y pensó pedir unas horas libres. Lo dudó mucho pero sus compañeras le sugirieron solicitar el tiempo asignado a la muerte de un familiar. No todo el mundo lo entendería. Se marchó, entró de nuevo en su casa, lo abrazó con ternura y él, casi sonriendo, la reconoció. Cerró los ojos pero antes le dijo adiós con un leve movimiento de los párpados. Se quedó vacía ante ese pequeño cadáver sintiendo el desconsuelo arañando sus vísceras y la oscuridad adueñándose del espacio. Así, inmóvil, permaneció durante toda la tarde. Sólo un corazón noble, habitado por una gran sensibilidad, puede sufrir tanto por la muerte de un compañero de muchos años, de su gato.